sábado, 24 de octubre de 2009

UN TIPO DE SOLEDAD (3)

Estudié varios métodos porque el suplicio físico no es plato de mi gusto y no veía forma humana de hacer lo que debía hacer sin sufrir en exceso. Tuve suerte. La casualidad vino en mi ayuda aunque he creído que las casualidades no existen, creo que las cosas pasan porque uno mismo sin saberlo hace lo preciso para que pasen. Todos y cada uno de los sucesos de nuestra vida están interrelacionados entre ellos y al mismo tiempo con la vida de otras gentes. El caso es que ese día salí de mi casa rumiando métodos más o menos efectivos e indoloros para conseguir borrar esa parte del mundo que me agobiaba.

Bajaba la calle mirando caminar mis pies cuando alguien tocó mi hombro, me di la vuelta y vi una vecina gesticulando algo con una sonrisa de conmiseración en los labios. Que como estás, que qué pena ¿no? Vaya que cosas desagradables pasan ¿no? Que si necesitas algo ya sabes, aquí estoy para lo que quieras ¿entiendes lo que te digo? Sacudí la cabeza de arriba abajo supongo que silabeé un “gracias” aunque no sé si el volumen de mi voz fue el adecuado, me zafé de su mano que aun aferraba mi hombro y seguí mi camino. Si esa buena samaritana no me hubiera detenido quizás no habría pasado lo que pasó que para mí fue una bendición aunque para el resto del mundo fuera una desgracia más que se cebaba en mí.

Unos metros más atrás se había producido una algarabía de mil demonios a causa de un intento de robo. El frustrado ladrón huía a toda velocidad y su calle de escape se cruzaba con la mía. Yo estaba ajena al griterío por lo tanto seguí tranquilamente mi camino cuando de pronto me encontré en medio de una muchedumbre que intentaba agarrar a un hombre, armado con una pistola, que se debatía inútilmente. Al parecer en los forcejeos se disparó el arma que, por suerte para mí, iba cargada con balas de fogueo, pero la distancia a la que se produjo el fortuito disparo y mi cara era tan escasa que prácticamente me dio de lleno. Por supuesto no oí la detonación pero si sentí los picotazos de 100.000 avispas negras cebándose en mis ojos, acto seguido me desmayé.

Cuando desperté estaba absolutamente desorientada. No recordaba nada de lo que había pasado y no veía más que una negrura absoluta, ningún rayo de semiluz, ninguna sombra velada, nada, vacío negro, una negrura plana sin rebordes, sin volumen sin profundidad, simplemente negro total,

Empecé a reír a carcajadas ¡lo había conseguido! Estaba ciega, ciega y sorda, por fin podría pensar sin interrupciones sin molestos paréntesis, interminablemente para siempre, pero siempre es algo muy aleatorio y hay que recordar que existe gente con un gran corazón.

Disfruté a modo de mi estancia en el hospital y los temores que tenía en cuanto a la posibilidad de volver a ver se diluyeron cuando los vendajes fueron retirados por las expertas manos de quien supuse era un doctor. Un cariñoso apretón en el brazo me dio a entender que después de efectuar todas las pruebas de ritual lamentaban comunicarme que mi ceguera era irreversible. Intenté transmitir a quien estuviera cerca que “qué le vamos a hacer, la vida es así, hay que conformarse”, alguien tomó mi mano (ese fue el primer indicio de lo que vendría después) y la llevó a algo mojado que identifiqué como una lágrima y luego hasta un pecho bajo el cual latía un corazón apenado por mi terrible desgracia. Luego mis manos quedaron aprisionadas entre otras manos que transmitían sentimientos de solidaridad con suaves palmaditas y ligeras caricias en el dorso de mis manos o en las mejillas. Alguien más efusivo me abrazó humedeciendo mi cara con el abundante flujo lagrimal que brotaba de sus ojos. Sentía sobre mi pecho el entrecortado sollozar de otro pecho que me oprimía convulsivamente mientras otros brazos aprisionaban los míos manteniéndolos pegados a los costados de mi cuerpo.

Me alegré hasta lo infinito de no ver esas patéticas escenas de gentes moqueantes, me imaginé sus caras y no pude soportar más mi contento, estallé en carcajadas incontrolables, supuse que creerían que la desgracia me había afectado también el cerebro y casi me ahogué pues cuanto más imaginaba su estupor ante mi inesperada reacción tanto más se exacerbaba mi hilaridad.

Durante un tiempo mi vida fue un remanso de paz, ni voces altisonantes, ni golpecitos para llamar mi atención sobre cualquier aberrante idiotez escrita sobre el infame pizarrón, éramos la nada y yo. Yo y la nada. Fui enormemente feliz en esa época. Permanecía sentada en una butaca adquirida para proporcionarme comodidad, toda la comodidad posible dadas mis dramáticas carencias. Duró un tiempo, no sé cuánto, pues no sabía si era de día o de noche, dormitaba en mi butaca cuando me lo requería el cuerpo, comía cuando tenía hambre aunque no supiera si era de comer, cenar, desayunar o qué, sólo cuando me situaban horizontalmente sobre la cama suponía que era de noche, aunque tal vez me acostaran a la hora de la siesta o a media mañana o cuando querían desprenderse de la atención que mi estado requería. Tampoco eso me importó, si tenía sueño dormía y si no pensaba, imaginaba, elaboraba largos y complicados laberintos mentales, paisajes de perfecta armonía donde mi cerebro descansaba y donde con los ojos de la mente me veía levitar ente florecillas de raros colores o en playas de blanca y fosforescente arena que se amoldaba al contorno de mi cuerpo, a veces flotaba en el espacio sentada sobre el brocal de un pozo del cual brotaba una música celestial que los oídos de mi mente captaban a la perfección. Hice maravillosos viajes a exóticos parajes donde lo que prevalecía era la armonía.

Luego un día de repente se hundió mi mundo particular, se mundo de ideas y silencios que había fabricado para mi uso y disfrute.





No hay comentarios: