domingo, 18 de octubre de 2009

UN TIPO DE SOLEDAD



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Supongo que fue a causa de la audiofobia o tal vez ésta era una consecuencia de otras cosas, no sé, el caso es que poco a poco me fui desplazando primero de la casa paternal, donde los gritos de mi madre estaban a la orden del día, hasta la marital y de  esta al divorcio que me llevó a un pueblo supuestamente más tranquilo y allí mi retirada empezó a circunscribirse a rincones cada vez más alejados de las voces humanas aunque dentro del mismo espacio vital compartido con otras gentes pero manteniendo el máximo alejamiento posible.

Recuerdo que mi lugar habitual, cuando el trabajo del restaurante decaía era la cocina, allí me perseguía el sonido de la tele permanentemente en marcha y la cháchara constante de mis compañeros de trabajo que se empeñaban en contarme hasta los más mínimos detalles de su vida, me daba impresión de que me perseguían las palabras, casi todas sin sentido y todas, sin excepción, sin interés para mi, casi podía palparlas, me las encontraba pegadas en la ropa, enredadas en el pelo y por supuesto taponando mis conductos auditivos impidiéndome oír mi respiración, mis propios pensamientos.

De la cocina pasé a una de las mesas del comedor, la última más concretamente, la más alejada de la puerta de entrada, creí que así evitaría el vocinglero pasear de los turistas nacionales y extranjeros todos con el inevitable radio-cassete al hombro y el volumen del mismo a todo trapo, del griterío insoportable de los críos tan inevitables como el famoso cassete y tan berreantes como él, creí así poder evitarme también el torpedeo resonante de motos, motocicletas, motazos y demás instrumentos de tortura sobre dos ruedas, pensé así aislarme un poco de todos esos sonidos, ruidos, alharacas y algún que otro ataque más a mis castigados oídos, y en parte lo conseguí, llegaban hasta mí amortiguados por la distancia pero no tuve la misma suerte con mis compañeros, amigos, conocidos, familiares y demás gentes de mi entorno.

Parece que por instinto, igual que los perros huelen el miedo de los humanos, éstos huelen el punto débil de sus semejantes, sobre todo cuando el semejante es considerado como persona de fuerte personalidad, huelen las fisuras, huelen dónde pueden meter el dedo para que duela más, dónde dar un golpecito que derrumbe el edificio por muy sólido que parezca y poco a poco me los encontré a todos revoloteando a mi alrededor, contándome sus nimias historietas, sus pequeñas tragicomedias sentimentales, el gravísimo problema con el largo de sus vestidos o lo muy dura que la vida era para ellos, y todo esto una octava o tal vez dos más altas de lo necesario, en vano fingí terribles jaquecas, dolores estomacales, mal humor e incluso enfados de oscura motivación para ellos, fue peor si cabe, hablaban en susurros, como afónicos, pero hablaban, algunas veces llegué a creer que por falta de oxígeno se ahogarían pero no sucedió, de manera que empecé a pensar en la posibilidad de ahogarlos yo, pero las consecuencias que tal acto podría reportarme me impidió llevarlo a cabo.

Sufrían de algo que yo he dado en llamar incontinencia mental seguida de grave diarrea verbal. Cuando algo acudía a su mente se transmitía inmediatamente a su boca y de ésta salía incontenible, a borbotones, convertido en un torrente de palabras; y para eso no existe ninguna cura efectiva.

Tenía que idear un sistema, algo que me permitiera mantenerme al margen de tantos decibelios humanos, musicales o del tipo que fueran.

Había leído en alguna parte que un poco de cera convenientemente derretida y fuertemente incrustada en los oídos producía una sordera casi total…..



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