miércoles, 14 de octubre de 2009

EL DESCONOCIDO

CAPITULO UNO

El día se había levantado fresco pero poco a poco el sol se abría paso entre las zigzagueantes nubes y empezaba a caldear la temperatura.

El muchacho pedaleaba con suavidad notando los incipientes rayos de sol en su espalda. Hoy no tenia clases, era fiesta local, se celebraba algo que tenía que ver con el Santo Patrón o algo así, el caso es que tenía el día libre e iba a pasarlo en casa de su abuela donde comería pastelitos y pescaría en el rio que bordeaba la finca.

Era un chico tranquilo, no gustaba de las fiestas bulliciosas donde sus compañeros se empeñaban en invitarle, disfrutaba de la compañía de su abuela y de la paz a orillas del rio.

Circulaba pegado al arcén para no molestar a los coches que querían adelantarle. A su derecha el bosque olía a hierba húmeda y de vez en cuando oía el nervioso corretero de las ardillas que huían al intuir la cercanía de los humanos.

A lo lejos divisó la señal de cambio de rasante, le quedaba un repecho y luego una suave pendiente que conducía directo a casa de la abuela. Estaba en forma, de manera que subir no le costaba casi ningún esfuerzo. Justo cuando alcanzaba la cumbre vio al hombre que le hacía señales de que parara, le conocía o sea que no sintió ningún recelo, bajó el pié derecho frenando con él al mismo tiempo que presionaba los pedales de freno.

-Buenos días, dijo el muchacho.
-Buenos días, ¿podrías echarme una mano por favor? El coche…
-Si, si claro, pero no entiendo nada de coches
-Ya supongo, sólo te pones al volante y haces lo que te diga, es un coche viejo y a veces necesita que le mimen un poquito ¿sabes?.
-Aja! Espere, que le pongo el caballete a la bici…
- No, no, tráela que aunque sea un minuto no sabes quien pasa por aquí y no puede fiarse uno, a ver si cuando vuelves te la han robado.
-Mmmh! Vale, le sigo.
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La anciana se afanaba en la cocina con una sonrisa bonachona bailándole en la boca, canturreaba una canción mientras comprobaba la temperatura del horno, hoy venía su nieto, adoraba a ese chico, era bueno, bueno de verdad, no había adquirido las malas costumbres de otros chavales de su edad, no fumaba, no bebía y era respetuoso con sus mayores, especialmente con ella. Siempre le llevaba un ramillete de flores silvestres que escogía con sumo cuidado alternando colores para que resultara más atractivo a la vista, llegaba con su carita pecosa sonriendo y escondiendo el ramillete, luego la abrazaba bien fuerte y le daba las flores haciendo una reverencia. ¡Qué muchacho este! ¡Cuánto le quería!
Miró el reloj y se extrañó, se retrasaba, quizás había pinchado, “bueno pensó, seguro que no tarda”

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El hombre miró por la ventanilla hacia el interior del coche, el humo le entorpecía la visión pero pudo ver la cabeza del muchacho, le caía hacia adelante y el mentón se apoyaba en su pecho.
Volvió hacia la parte trasera y retiró la manguera del tubo de escape. Ahora venía lo más complicado, hacer lo que había que hacer antes que el chico se despertara.
Cogió las llaves que había colgado de un gancho y abrió la puerta, el humo salió suavemente dejando al chico a la vista.
-No está mal- dijo- nada mal. Y se relamió los labios.
–Vamos chaval que el tiempo apremia.
Cogió el cuerpo inerte por los sobacos, lo arrastró y lo dejó caer hasta una plancha de madera depositada convenientemente justo debajo del asiento del conductor donde reposaba el chico.
La madera era más estrecha de lo debido de manera que las manos del muchacho tocaban el suelo, el hombre encogió los hombros.
-Eso es lo menos que te va a pasar, ji! Ji! Ji!.
A continuación agarró firmemente la cuerda atada a la madera y tiró de ella. Tal como había supuesto el rugoso suelo empezó a rasguñar las manos del chico, a medida que avanzaba el fúnebre cortejo las magulladuras se hicieron más profundas y al poco un pequeño reguero de sangre fue uniéndose a otras materias inclasificables que cubrían el suelo del garaje.
Pronto llegaron a su destino, una puerta de hierro con varios candados y un travesaño también de hierro. El hombre abrió uno a uno todos los candados y luego retiró el travesaño apoyándolo de pie al lado de la puerta.
-Vamos allá. Esta será tu casa los próximos días, ¿te gusta?, Vale, vale, ya sé que no me oyes pero me oirás, tranquilo y me verás, y yo te oiré a ti, vaya si te oiré y te veré, como nadie te ha visto ni jamás te verá.
Cogió de nuevo la cuerda y tiró de ella. La madera y el cuerpo que yacía sobre ella entraron velozmente en la habitación golpeando la pared del fondo, un pequeño quejido salió de la garganta del chico, pero siguió inerte.
El hombre cogió el brazo del muchacho que estaba aprisionado entre la madera y la pared, lo levantó y le colocó en la muñeca una argolla que pendía de una cadena atornillada a la pared.
A continuación desnudó al chico, hizo un bulto con la ropa y se la colocó debajo del brazo hecho lo cual dio dos pasos atrás y contempló el panorama.
-Bueno, pues ya está, a partir de ahora tienes permiso para despertarte.
Salió del cuartucho, cerrojos y travesaño fueron puestos en su lugar.
Tiró la ropa dentro de un barril, la roció con gasolina y le prendió fuego.
-¡Qué hambre tengo! Tengo que llenarme la tripa bien, que mañana hay mucho que hacer.
Y riendo a carcajadas se fue.

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La pequeña plaza del pueblo bullía de gente, todos reían y se gastaban bromas y recordaban otras fiestas similares en las que se formaron algunas parejas y otras dejaron de serlo.

Mariamne contemplaba la animación reinante apoyada en el brazo de su marido, un buen hombre con el que había tenido un buen hijo, tenían una buena vida y ella era feliz. Recorrió la plaza con la mirada, algo llamó su atención, en uno de los accesos vio a su madre, tenía las mejillas arreboladas y parecía respirar fatigosamente.

-¿Mamá? ¿Qué haces aquí?- dijo esto sonriendo y caminando hacia ella, pero algo en la mirada de su madre borro su sonrisa de la cara.
-¿Qué pasa mamá? ¿Te encuentras bien?
Su madre se puso la mano en el pecho, respiró profundamente y se sentó en uno de los bancos instalados para la fiesta.
-Pi…po, Pi…po, ¿está aquí?- casi lo susurró pues no llegaba suficiente aire a sus pulmones a causa del cansancio y de la angustia que sentía.
-¿Pipo? ¿No está contigo? Salió temprano esta mañana para ir a verte. Mamá… mamá no me asustes.
-No, no, tranquila seguro que hay una explicación, se habrá encontrado con algún amigo y habrá cambiado de idea.
-Mamá eso no es propio de Pipo y tú lo sabes- empezaba a sentir una angustia que le aprisionaba el pecho.

Su marido ya había llegado a su lado sorprendido por la repentina aparición de su suegra.
-¿Qué pasa chicas? -Intentó darle un aire risueño a la pregunta pero notaba que algo no iba bien
Pipo no ha ido a casa de mi madre –Miró a su marido a los ojos y vio en ellos el mismo temor que ella sentía.

Ambos conocían muy bien a su hijo y aunque estaba en plena pubertad no era voluble e inconstante, si decía que haría una cosa la hacía y si decía que iría a ver a la abuela, iba.
Poco a poco algunos vecinos se habían ido acercando.
Fraco el guarda forestal que hacía las veces de policía local se abrió paso hasta la angustiada familia.
-¿Pasa algo? ¿Algún problema?
Mariamne tomó la palabra en nombre de la familia y pronunció las fatídicas palabras que hacía rato revoloteaban por la mente de todos.
-Mi hijo ha desaparecido.
Fraco tomó a Mariamne del brazo –vamos- dijo. Hablemos en un lugar más tranquilo.
La comitiva se dirigió al Ayuntamiento, habilitaron una sala y empezó la reunión para decidir qué hacer. En menos de media hora se organizó una batida en la que participarían todos los habitantes del pueblo menos los bebés, el resto incluidos los niños acompañarían a sus padres en la búsqueda.
Una semana después aun seguían buscando infructuosamente. Pipo el muchacho responsable, el chaval bueno, el de la carita pecosa, había desaparecido sin dejar rastro.

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