sábado, 17 de octubre de 2009

UN TIPO DE SOLEDAD (2)

-2-
… de manera que me hice con los elementos necesarios y una noche en la soledad de mi habitación procedí a taponarme con la cera más virgen que había encontrado.

No puedo relatar el dolor, el sufrimiento que tal procedimiento me produjo, mil demonios penetraron por ese delicados conductos, mil demonios mordiendo, arañando, rasgando cuanto encontraban a su paso, creí que no podría soportarlo pero poco a poco se fue calmando el dolor, la quemazón dejó paso a un ligero cosquilleo y para mi alegría a un silencio casi absoluto, digo casi porque oís mi propia respiración y algún sonido muy lejano que no pude identificar hasta pasado un tiempo como mi propia voz carcajeante. Me sentí muy feliz, tan feliz como no lo había sido en mucho tiempo, pero esa alegría duró poco.

Mis caritativos amigos se empeñaron en seguir manteniéndome al día de cuanta tontería ellos considerasen noticia y para ello gritaban imparables hasta que me obligaban a asentir con la cabeza en señal de que había comprendido, así que se acostumbraron a hablar a gritos entre ellos de forma que aquello parecía una competición de gallos de pelea donde todo el mundo grita animando a su competidora destrozar al enemigo, aquello era un griterío insoportable hasta para mí que lo oía muy amortiguado.

De manera que tuve que tomas una decisión drástica.

Otra noche de soledad en mi habitación saqué lo que pude de la cera de mis oídos, no toda claro porque una buena parte estaba incrustada muy profundamente y no llegué a ella, pero no importaba el plomo pasaría hacia el fondo sin que los residuos cerúleos se lo impidieran.

Esta vez la operación era más delicada porque si no me daba prisa en enderezar la cabeza en el momento justo, el plomo derretido horadaría también mi cerebro y eso no era lo que yo quería, pero fue un éxito total. Al contrario de lo que supuse no me produjo tanto dolor como la primera vez, al parecer la cera había ido cauterizando las quemaduras al tiempo que las producía por lo que sólo al llegar al más profundo de los recovecos sentí un terrible pinchazo acompañado de miles de estrellitas u supe que era el momento de enderezarme para que el plomo no siguiera el curso hasta mi cerebro, así lo hice y casi al instante remitió el dolor y se desvanecieron las chispas. Repetí la operación en la otra oreja con idénticos resultados. Me senté en el borde de la cama y golpeé el suelo con el zapato, nada, grité con lo que supuse que era toda mi capacidad pulmonar, nada, estaba loca de contento, nada, absolutamente nada llegaba hasta mi.

Una recaída tan grave de mi dolencia apenó muchísimo a las gentes, cosa que me comunicaron con grandes gestos de conmiseración, tocándose repetidamente el lado izquierdo del pecho y juntando las manos, formando una O mayúscula con la boca y enarcando las cejas tanto como podían. Yo asentía con cara de resignación y encogiendo los hombros. Me hicieron saber por gestos que admiraban mi valor y la forma en que había aceptado esta minusvalía tan repentina.

Tuve un tiempo de inmensa paz, sólo se dirigían a mí para preguntarme, siempre con gestos grandilocuentes, qué iba a comer, qué quería de beber y cosas de esta índole. Pero todo tiene su tiempo, tendría que haberlo supuesto por el constante movimiento de sus bocas, acompañado de ligeros golpes de cabeza dirigidos hacia mí, pero estaba tan regocijada con mi recién adquirido silencio que no caí en la cuenta de que buscaban una forma de comunicación.

Una mañana al llegar a mi lugar de trabajo los encontré a todos con una sonrisita bailándoles en la boca y la ansiedad reflejada en el rostro. En cuanto vi el gran pizarrón supe el porqué de tanta alegría contenida, esperaban mi reacción ante el nuevo sistema de comunicación ideado para conseguir comunicarme con el mundo, con su mundo. Hice cuanto pude para hacerles entender que estaba bien como estaba que no necesitaba comunicarme con el mundo que les agradecía el esfuerzo y la buena voluntad pero que no, que de verdad que no, pero sí. Y así me encontré leyendo inmensos mensajes, fruslerías, simplezas, nonadas plagadas todas ellas de faltas de ortografía y sobre todo de interés.

Tardé mucho tiempo en tomar la decisión porque era algo realmente grave pero la insistencia de mis caritativos comunicantes acabó por decidirme: debía cegarme….


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