sábado, 24 de octubre de 2009

UN TIPO DE SOLEDAD (3)

Estudié varios métodos porque el suplicio físico no es plato de mi gusto y no veía forma humana de hacer lo que debía hacer sin sufrir en exceso. Tuve suerte. La casualidad vino en mi ayuda aunque he creído que las casualidades no existen, creo que las cosas pasan porque uno mismo sin saberlo hace lo preciso para que pasen. Todos y cada uno de los sucesos de nuestra vida están interrelacionados entre ellos y al mismo tiempo con la vida de otras gentes. El caso es que ese día salí de mi casa rumiando métodos más o menos efectivos e indoloros para conseguir borrar esa parte del mundo que me agobiaba.

Bajaba la calle mirando caminar mis pies cuando alguien tocó mi hombro, me di la vuelta y vi una vecina gesticulando algo con una sonrisa de conmiseración en los labios. Que como estás, que qué pena ¿no? Vaya que cosas desagradables pasan ¿no? Que si necesitas algo ya sabes, aquí estoy para lo que quieras ¿entiendes lo que te digo? Sacudí la cabeza de arriba abajo supongo que silabeé un “gracias” aunque no sé si el volumen de mi voz fue el adecuado, me zafé de su mano que aun aferraba mi hombro y seguí mi camino. Si esa buena samaritana no me hubiera detenido quizás no habría pasado lo que pasó que para mí fue una bendición aunque para el resto del mundo fuera una desgracia más que se cebaba en mí.

Unos metros más atrás se había producido una algarabía de mil demonios a causa de un intento de robo. El frustrado ladrón huía a toda velocidad y su calle de escape se cruzaba con la mía. Yo estaba ajena al griterío por lo tanto seguí tranquilamente mi camino cuando de pronto me encontré en medio de una muchedumbre que intentaba agarrar a un hombre, armado con una pistola, que se debatía inútilmente. Al parecer en los forcejeos se disparó el arma que, por suerte para mí, iba cargada con balas de fogueo, pero la distancia a la que se produjo el fortuito disparo y mi cara era tan escasa que prácticamente me dio de lleno. Por supuesto no oí la detonación pero si sentí los picotazos de 100.000 avispas negras cebándose en mis ojos, acto seguido me desmayé.

Cuando desperté estaba absolutamente desorientada. No recordaba nada de lo que había pasado y no veía más que una negrura absoluta, ningún rayo de semiluz, ninguna sombra velada, nada, vacío negro, una negrura plana sin rebordes, sin volumen sin profundidad, simplemente negro total,

Empecé a reír a carcajadas ¡lo había conseguido! Estaba ciega, ciega y sorda, por fin podría pensar sin interrupciones sin molestos paréntesis, interminablemente para siempre, pero siempre es algo muy aleatorio y hay que recordar que existe gente con un gran corazón.

Disfruté a modo de mi estancia en el hospital y los temores que tenía en cuanto a la posibilidad de volver a ver se diluyeron cuando los vendajes fueron retirados por las expertas manos de quien supuse era un doctor. Un cariñoso apretón en el brazo me dio a entender que después de efectuar todas las pruebas de ritual lamentaban comunicarme que mi ceguera era irreversible. Intenté transmitir a quien estuviera cerca que “qué le vamos a hacer, la vida es así, hay que conformarse”, alguien tomó mi mano (ese fue el primer indicio de lo que vendría después) y la llevó a algo mojado que identifiqué como una lágrima y luego hasta un pecho bajo el cual latía un corazón apenado por mi terrible desgracia. Luego mis manos quedaron aprisionadas entre otras manos que transmitían sentimientos de solidaridad con suaves palmaditas y ligeras caricias en el dorso de mis manos o en las mejillas. Alguien más efusivo me abrazó humedeciendo mi cara con el abundante flujo lagrimal que brotaba de sus ojos. Sentía sobre mi pecho el entrecortado sollozar de otro pecho que me oprimía convulsivamente mientras otros brazos aprisionaban los míos manteniéndolos pegados a los costados de mi cuerpo.

Me alegré hasta lo infinito de no ver esas patéticas escenas de gentes moqueantes, me imaginé sus caras y no pude soportar más mi contento, estallé en carcajadas incontrolables, supuse que creerían que la desgracia me había afectado también el cerebro y casi me ahogué pues cuanto más imaginaba su estupor ante mi inesperada reacción tanto más se exacerbaba mi hilaridad.

Durante un tiempo mi vida fue un remanso de paz, ni voces altisonantes, ni golpecitos para llamar mi atención sobre cualquier aberrante idiotez escrita sobre el infame pizarrón, éramos la nada y yo. Yo y la nada. Fui enormemente feliz en esa época. Permanecía sentada en una butaca adquirida para proporcionarme comodidad, toda la comodidad posible dadas mis dramáticas carencias. Duró un tiempo, no sé cuánto, pues no sabía si era de día o de noche, dormitaba en mi butaca cuando me lo requería el cuerpo, comía cuando tenía hambre aunque no supiera si era de comer, cenar, desayunar o qué, sólo cuando me situaban horizontalmente sobre la cama suponía que era de noche, aunque tal vez me acostaran a la hora de la siesta o a media mañana o cuando querían desprenderse de la atención que mi estado requería. Tampoco eso me importó, si tenía sueño dormía y si no pensaba, imaginaba, elaboraba largos y complicados laberintos mentales, paisajes de perfecta armonía donde mi cerebro descansaba y donde con los ojos de la mente me veía levitar ente florecillas de raros colores o en playas de blanca y fosforescente arena que se amoldaba al contorno de mi cuerpo, a veces flotaba en el espacio sentada sobre el brocal de un pozo del cual brotaba una música celestial que los oídos de mi mente captaban a la perfección. Hice maravillosos viajes a exóticos parajes donde lo que prevalecía era la armonía.

Luego un día de repente se hundió mi mundo particular, se mundo de ideas y silencios que había fabricado para mi uso y disfrute.





domingo, 18 de octubre de 2009

UN TIPO DE SOLEDAD



-1-

Supongo que fue a causa de la audiofobia o tal vez ésta era una consecuencia de otras cosas, no sé, el caso es que poco a poco me fui desplazando primero de la casa paternal, donde los gritos de mi madre estaban a la orden del día, hasta la marital y de  esta al divorcio que me llevó a un pueblo supuestamente más tranquilo y allí mi retirada empezó a circunscribirse a rincones cada vez más alejados de las voces humanas aunque dentro del mismo espacio vital compartido con otras gentes pero manteniendo el máximo alejamiento posible.

Recuerdo que mi lugar habitual, cuando el trabajo del restaurante decaía era la cocina, allí me perseguía el sonido de la tele permanentemente en marcha y la cháchara constante de mis compañeros de trabajo que se empeñaban en contarme hasta los más mínimos detalles de su vida, me daba impresión de que me perseguían las palabras, casi todas sin sentido y todas, sin excepción, sin interés para mi, casi podía palparlas, me las encontraba pegadas en la ropa, enredadas en el pelo y por supuesto taponando mis conductos auditivos impidiéndome oír mi respiración, mis propios pensamientos.

De la cocina pasé a una de las mesas del comedor, la última más concretamente, la más alejada de la puerta de entrada, creí que así evitaría el vocinglero pasear de los turistas nacionales y extranjeros todos con el inevitable radio-cassete al hombro y el volumen del mismo a todo trapo, del griterío insoportable de los críos tan inevitables como el famoso cassete y tan berreantes como él, creí así poder evitarme también el torpedeo resonante de motos, motocicletas, motazos y demás instrumentos de tortura sobre dos ruedas, pensé así aislarme un poco de todos esos sonidos, ruidos, alharacas y algún que otro ataque más a mis castigados oídos, y en parte lo conseguí, llegaban hasta mí amortiguados por la distancia pero no tuve la misma suerte con mis compañeros, amigos, conocidos, familiares y demás gentes de mi entorno.

Parece que por instinto, igual que los perros huelen el miedo de los humanos, éstos huelen el punto débil de sus semejantes, sobre todo cuando el semejante es considerado como persona de fuerte personalidad, huelen las fisuras, huelen dónde pueden meter el dedo para que duela más, dónde dar un golpecito que derrumbe el edificio por muy sólido que parezca y poco a poco me los encontré a todos revoloteando a mi alrededor, contándome sus nimias historietas, sus pequeñas tragicomedias sentimentales, el gravísimo problema con el largo de sus vestidos o lo muy dura que la vida era para ellos, y todo esto una octava o tal vez dos más altas de lo necesario, en vano fingí terribles jaquecas, dolores estomacales, mal humor e incluso enfados de oscura motivación para ellos, fue peor si cabe, hablaban en susurros, como afónicos, pero hablaban, algunas veces llegué a creer que por falta de oxígeno se ahogarían pero no sucedió, de manera que empecé a pensar en la posibilidad de ahogarlos yo, pero las consecuencias que tal acto podría reportarme me impidió llevarlo a cabo.

Sufrían de algo que yo he dado en llamar incontinencia mental seguida de grave diarrea verbal. Cuando algo acudía a su mente se transmitía inmediatamente a su boca y de ésta salía incontenible, a borbotones, convertido en un torrente de palabras; y para eso no existe ninguna cura efectiva.

Tenía que idear un sistema, algo que me permitiera mantenerme al margen de tantos decibelios humanos, musicales o del tipo que fueran.

Había leído en alguna parte que un poco de cera convenientemente derretida y fuertemente incrustada en los oídos producía una sordera casi total…..



sábado, 17 de octubre de 2009

UN TIPO DE SOLEDAD (2)

-2-
… de manera que me hice con los elementos necesarios y una noche en la soledad de mi habitación procedí a taponarme con la cera más virgen que había encontrado.

No puedo relatar el dolor, el sufrimiento que tal procedimiento me produjo, mil demonios penetraron por ese delicados conductos, mil demonios mordiendo, arañando, rasgando cuanto encontraban a su paso, creí que no podría soportarlo pero poco a poco se fue calmando el dolor, la quemazón dejó paso a un ligero cosquilleo y para mi alegría a un silencio casi absoluto, digo casi porque oís mi propia respiración y algún sonido muy lejano que no pude identificar hasta pasado un tiempo como mi propia voz carcajeante. Me sentí muy feliz, tan feliz como no lo había sido en mucho tiempo, pero esa alegría duró poco.

Mis caritativos amigos se empeñaron en seguir manteniéndome al día de cuanta tontería ellos considerasen noticia y para ello gritaban imparables hasta que me obligaban a asentir con la cabeza en señal de que había comprendido, así que se acostumbraron a hablar a gritos entre ellos de forma que aquello parecía una competición de gallos de pelea donde todo el mundo grita animando a su competidora destrozar al enemigo, aquello era un griterío insoportable hasta para mí que lo oía muy amortiguado.

De manera que tuve que tomas una decisión drástica.

Otra noche de soledad en mi habitación saqué lo que pude de la cera de mis oídos, no toda claro porque una buena parte estaba incrustada muy profundamente y no llegué a ella, pero no importaba el plomo pasaría hacia el fondo sin que los residuos cerúleos se lo impidieran.

Esta vez la operación era más delicada porque si no me daba prisa en enderezar la cabeza en el momento justo, el plomo derretido horadaría también mi cerebro y eso no era lo que yo quería, pero fue un éxito total. Al contrario de lo que supuse no me produjo tanto dolor como la primera vez, al parecer la cera había ido cauterizando las quemaduras al tiempo que las producía por lo que sólo al llegar al más profundo de los recovecos sentí un terrible pinchazo acompañado de miles de estrellitas u supe que era el momento de enderezarme para que el plomo no siguiera el curso hasta mi cerebro, así lo hice y casi al instante remitió el dolor y se desvanecieron las chispas. Repetí la operación en la otra oreja con idénticos resultados. Me senté en el borde de la cama y golpeé el suelo con el zapato, nada, grité con lo que supuse que era toda mi capacidad pulmonar, nada, estaba loca de contento, nada, absolutamente nada llegaba hasta mi.

Una recaída tan grave de mi dolencia apenó muchísimo a las gentes, cosa que me comunicaron con grandes gestos de conmiseración, tocándose repetidamente el lado izquierdo del pecho y juntando las manos, formando una O mayúscula con la boca y enarcando las cejas tanto como podían. Yo asentía con cara de resignación y encogiendo los hombros. Me hicieron saber por gestos que admiraban mi valor y la forma en que había aceptado esta minusvalía tan repentina.

Tuve un tiempo de inmensa paz, sólo se dirigían a mí para preguntarme, siempre con gestos grandilocuentes, qué iba a comer, qué quería de beber y cosas de esta índole. Pero todo tiene su tiempo, tendría que haberlo supuesto por el constante movimiento de sus bocas, acompañado de ligeros golpes de cabeza dirigidos hacia mí, pero estaba tan regocijada con mi recién adquirido silencio que no caí en la cuenta de que buscaban una forma de comunicación.

Una mañana al llegar a mi lugar de trabajo los encontré a todos con una sonrisita bailándoles en la boca y la ansiedad reflejada en el rostro. En cuanto vi el gran pizarrón supe el porqué de tanta alegría contenida, esperaban mi reacción ante el nuevo sistema de comunicación ideado para conseguir comunicarme con el mundo, con su mundo. Hice cuanto pude para hacerles entender que estaba bien como estaba que no necesitaba comunicarme con el mundo que les agradecía el esfuerzo y la buena voluntad pero que no, que de verdad que no, pero sí. Y así me encontré leyendo inmensos mensajes, fruslerías, simplezas, nonadas plagadas todas ellas de faltas de ortografía y sobre todo de interés.

Tardé mucho tiempo en tomar la decisión porque era algo realmente grave pero la insistencia de mis caritativos comunicantes acabó por decidirme: debía cegarme….


miércoles, 14 de octubre de 2009

EL DESCONOCIDO

CAPITULO UNO

El día se había levantado fresco pero poco a poco el sol se abría paso entre las zigzagueantes nubes y empezaba a caldear la temperatura.

El muchacho pedaleaba con suavidad notando los incipientes rayos de sol en su espalda. Hoy no tenia clases, era fiesta local, se celebraba algo que tenía que ver con el Santo Patrón o algo así, el caso es que tenía el día libre e iba a pasarlo en casa de su abuela donde comería pastelitos y pescaría en el rio que bordeaba la finca.

Era un chico tranquilo, no gustaba de las fiestas bulliciosas donde sus compañeros se empeñaban en invitarle, disfrutaba de la compañía de su abuela y de la paz a orillas del rio.

Circulaba pegado al arcén para no molestar a los coches que querían adelantarle. A su derecha el bosque olía a hierba húmeda y de vez en cuando oía el nervioso corretero de las ardillas que huían al intuir la cercanía de los humanos.

A lo lejos divisó la señal de cambio de rasante, le quedaba un repecho y luego una suave pendiente que conducía directo a casa de la abuela. Estaba en forma, de manera que subir no le costaba casi ningún esfuerzo. Justo cuando alcanzaba la cumbre vio al hombre que le hacía señales de que parara, le conocía o sea que no sintió ningún recelo, bajó el pié derecho frenando con él al mismo tiempo que presionaba los pedales de freno.

-Buenos días, dijo el muchacho.
-Buenos días, ¿podrías echarme una mano por favor? El coche…
-Si, si claro, pero no entiendo nada de coches
-Ya supongo, sólo te pones al volante y haces lo que te diga, es un coche viejo y a veces necesita que le mimen un poquito ¿sabes?.
-Aja! Espere, que le pongo el caballete a la bici…
- No, no, tráela que aunque sea un minuto no sabes quien pasa por aquí y no puede fiarse uno, a ver si cuando vuelves te la han robado.
-Mmmh! Vale, le sigo.
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La anciana se afanaba en la cocina con una sonrisa bonachona bailándole en la boca, canturreaba una canción mientras comprobaba la temperatura del horno, hoy venía su nieto, adoraba a ese chico, era bueno, bueno de verdad, no había adquirido las malas costumbres de otros chavales de su edad, no fumaba, no bebía y era respetuoso con sus mayores, especialmente con ella. Siempre le llevaba un ramillete de flores silvestres que escogía con sumo cuidado alternando colores para que resultara más atractivo a la vista, llegaba con su carita pecosa sonriendo y escondiendo el ramillete, luego la abrazaba bien fuerte y le daba las flores haciendo una reverencia. ¡Qué muchacho este! ¡Cuánto le quería!
Miró el reloj y se extrañó, se retrasaba, quizás había pinchado, “bueno pensó, seguro que no tarda”

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El hombre miró por la ventanilla hacia el interior del coche, el humo le entorpecía la visión pero pudo ver la cabeza del muchacho, le caía hacia adelante y el mentón se apoyaba en su pecho.
Volvió hacia la parte trasera y retiró la manguera del tubo de escape. Ahora venía lo más complicado, hacer lo que había que hacer antes que el chico se despertara.
Cogió las llaves que había colgado de un gancho y abrió la puerta, el humo salió suavemente dejando al chico a la vista.
-No está mal- dijo- nada mal. Y se relamió los labios.
–Vamos chaval que el tiempo apremia.
Cogió el cuerpo inerte por los sobacos, lo arrastró y lo dejó caer hasta una plancha de madera depositada convenientemente justo debajo del asiento del conductor donde reposaba el chico.
La madera era más estrecha de lo debido de manera que las manos del muchacho tocaban el suelo, el hombre encogió los hombros.
-Eso es lo menos que te va a pasar, ji! Ji! Ji!.
A continuación agarró firmemente la cuerda atada a la madera y tiró de ella. Tal como había supuesto el rugoso suelo empezó a rasguñar las manos del chico, a medida que avanzaba el fúnebre cortejo las magulladuras se hicieron más profundas y al poco un pequeño reguero de sangre fue uniéndose a otras materias inclasificables que cubrían el suelo del garaje.
Pronto llegaron a su destino, una puerta de hierro con varios candados y un travesaño también de hierro. El hombre abrió uno a uno todos los candados y luego retiró el travesaño apoyándolo de pie al lado de la puerta.
-Vamos allá. Esta será tu casa los próximos días, ¿te gusta?, Vale, vale, ya sé que no me oyes pero me oirás, tranquilo y me verás, y yo te oiré a ti, vaya si te oiré y te veré, como nadie te ha visto ni jamás te verá.
Cogió de nuevo la cuerda y tiró de ella. La madera y el cuerpo que yacía sobre ella entraron velozmente en la habitación golpeando la pared del fondo, un pequeño quejido salió de la garganta del chico, pero siguió inerte.
El hombre cogió el brazo del muchacho que estaba aprisionado entre la madera y la pared, lo levantó y le colocó en la muñeca una argolla que pendía de una cadena atornillada a la pared.
A continuación desnudó al chico, hizo un bulto con la ropa y se la colocó debajo del brazo hecho lo cual dio dos pasos atrás y contempló el panorama.
-Bueno, pues ya está, a partir de ahora tienes permiso para despertarte.
Salió del cuartucho, cerrojos y travesaño fueron puestos en su lugar.
Tiró la ropa dentro de un barril, la roció con gasolina y le prendió fuego.
-¡Qué hambre tengo! Tengo que llenarme la tripa bien, que mañana hay mucho que hacer.
Y riendo a carcajadas se fue.

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La pequeña plaza del pueblo bullía de gente, todos reían y se gastaban bromas y recordaban otras fiestas similares en las que se formaron algunas parejas y otras dejaron de serlo.

Mariamne contemplaba la animación reinante apoyada en el brazo de su marido, un buen hombre con el que había tenido un buen hijo, tenían una buena vida y ella era feliz. Recorrió la plaza con la mirada, algo llamó su atención, en uno de los accesos vio a su madre, tenía las mejillas arreboladas y parecía respirar fatigosamente.

-¿Mamá? ¿Qué haces aquí?- dijo esto sonriendo y caminando hacia ella, pero algo en la mirada de su madre borro su sonrisa de la cara.
-¿Qué pasa mamá? ¿Te encuentras bien?
Su madre se puso la mano en el pecho, respiró profundamente y se sentó en uno de los bancos instalados para la fiesta.
-Pi…po, Pi…po, ¿está aquí?- casi lo susurró pues no llegaba suficiente aire a sus pulmones a causa del cansancio y de la angustia que sentía.
-¿Pipo? ¿No está contigo? Salió temprano esta mañana para ir a verte. Mamá… mamá no me asustes.
-No, no, tranquila seguro que hay una explicación, se habrá encontrado con algún amigo y habrá cambiado de idea.
-Mamá eso no es propio de Pipo y tú lo sabes- empezaba a sentir una angustia que le aprisionaba el pecho.

Su marido ya había llegado a su lado sorprendido por la repentina aparición de su suegra.
-¿Qué pasa chicas? -Intentó darle un aire risueño a la pregunta pero notaba que algo no iba bien
Pipo no ha ido a casa de mi madre –Miró a su marido a los ojos y vio en ellos el mismo temor que ella sentía.

Ambos conocían muy bien a su hijo y aunque estaba en plena pubertad no era voluble e inconstante, si decía que haría una cosa la hacía y si decía que iría a ver a la abuela, iba.
Poco a poco algunos vecinos se habían ido acercando.
Fraco el guarda forestal que hacía las veces de policía local se abrió paso hasta la angustiada familia.
-¿Pasa algo? ¿Algún problema?
Mariamne tomó la palabra en nombre de la familia y pronunció las fatídicas palabras que hacía rato revoloteaban por la mente de todos.
-Mi hijo ha desaparecido.
Fraco tomó a Mariamne del brazo –vamos- dijo. Hablemos en un lugar más tranquilo.
La comitiva se dirigió al Ayuntamiento, habilitaron una sala y empezó la reunión para decidir qué hacer. En menos de media hora se organizó una batida en la que participarían todos los habitantes del pueblo menos los bebés, el resto incluidos los niños acompañarían a sus padres en la búsqueda.
Una semana después aun seguían buscando infructuosamente. Pipo el muchacho responsable, el chaval bueno, el de la carita pecosa, había desaparecido sin dejar rastro.

martes, 13 de octubre de 2009

EL DESCONOCIDO (2)

Al segundo día de la búsqueda puso como excusa que tenía que dar de comer a los perros y se fue a casa.
Nada más entrar en la iluminada habitación se dio cuenta que algo andaba mal, no se oían gemidos, ni súplicas, ni lamentos, el muchacho yacía en la misma postura en que él lo había abandonado dos días antes. Puso la mano sobre su pecho y se confirmaron sus peores temores, estaba muerto.
Una ola de ira le invadió y empezó a caminar en círculos mientras se pellizcaba el labio inferior y mascullaba insultos y amenazas baldías puesto que el chico no podía oírle ni temblar de pavor ante su furia.
Cuando consiguió calmarse de sentó en una silla contemplando el cadáver y rumiando cual debía ser su siguiente paso.
Su madre no le hubiera perdonado tamaño error, estaba seguro, su madre era la perfección personificada a ella nunca le hubiera pasado algo así.
Recordaba con claridad el día en que ella decidió que él no sería un pervertido como su padre
-Ven pichón (siempre le llamaba pichón)
-Siéntate y escucha atentamente. Sabes que tu padre se ha ido pero no sabes por qué ¿verdad?
-No mami- (el siempre la llamaba mami)
-Tu padre es un mal hombre pichón, se ha ido porque le gustan más los chicos que las mujeres, ¿entiendes eso pichón?
Él negó con la cabeza.
-Claro que no, tu eres un ser limpio y vas a seguir siéndolo mientras yo viva y después de que muera
Y durante la hora siguiente su madre le explicó qué era un pederasta, un violador, un depravado y al final le dijo que su padre era todas esas cosas y más.
-Por eso pichón a partir de ahora llevarás esto- y le mostró una especie de eslip de cuero con remaches a los costados- desde ahora lo llevarás siempre, de día y de noche y cuando haya que limpiarlo te quedarás en tu cuarto mientras mami se encarga, si tienes que ir al baño me avisas y mami soltará los remaches y cuando estés listo volveré a ponerlos ¿comprendes?
-Si mami
Y así fue. Su madre fabricó otro “contenedor” y así podía cambiarlo sin tener que esperar en su cuarto a que ella acabara de limpiarlo.
A pesar que era de suave cuero le produjo unas llagas enormes en las ingles y en verano el sudor le provocara insoportables picores, pero nunca se quejó. Al llegar a la pubertad se dio cuenta de que por la mañana se levantaba con el contenedor mojado, mami nunca le regañó, simplemente le daba el otro y él se lo cambiaba.
Tardó años en saber qué era ese extraño líquido que su cuerpo rezumaba durante la noche, y cuando lo supo se asqueó de sí mismo, por suerte con el tiempo también eso desapareció, como las llagas y los picores y las costras y todas las molestias que al principio le producía el “conte” (acabaron llamándole así), de manera que nunca más llevó calzoncillos como el resto de los muchachos.
Poco a poco sus genitales se acostumbraron a mantenerse en estado vegetativo. Hacía mucho tiempo que no tenía erecciones involuntarias, el insoportable dolor que le producían acabaron con ellas. El conte se encargó de eso y mami claro, que le explicó que esas cosas sólo les pasaban a los depravados como su padre.
Y ahora se veía enfrentado a un fracaso que su madre no hubiera tolerado, ella nunca se equivocaba, en cambio él en su primera tarea verdaderamente importante sí lo había hecho.
Miró el cuerpo del muchacho con rabia y decidió que no merecía más atención por su parte, todo lo que había pensado para él lo reservaría para el siguiente.
Pasó las cuatro horas siguientes, cortando, serrando y triturando hasta convertir a Pipo en un montón de pequeños desperdicios que repartió entre los perros y el horno.
Las partes metálicas como la hebilla del cinturón, el anillo y la cadena las fundió. Lo que quedó de la hebilla lo tiró al rio y con el oro hizo pequeños lingotes que guardó en su caja fuerte.
Una vez hecho todo esto volvió a la habitación y comprobó que estaba todo dispuesto para el siguiente inquilino.
Todo limpio, impoluto como le gustaba a mami.
Después volvió al pueblo y se unió a uno de los grupos de búsqueda.
Pasadas unas horas oyó una conversación que alivió un poco la frustración que pesaba sobre él.
-¿Y llevaba siempre las pastillas encima? Le preguntaba un vecino a otro
-Si siempre, él sabía que le podía dar un ataque en cualquier momento, por eso era un chaval tan tranquilo porque su corazón no estaba bien, lo sabían desde que nació, pero el médico dijo que con esas pastillas y sin demasiados sobresaltos podía vivir muchos años. No sé bien pero creo que era tenía mal las válvulas o algo así.
-Ya, bueno sigamos igual le dio un ataque y se quedó tirado en el bosque, pobre Pipo.
El desconocido recordó haber encontrado un frasquito con pastillas en uno de los bolsillos del chico que también fue a parar al horno. Se reconcilió un poco consigo mismo. Simplemente había tenido mala suerte al elegir a su víctima, pero ya tenía reservado el puesto para la segunda y estaba seguro que Rofe que así se llamaba su próximo invitado, no tenía ningún defecto congénito en el corazón.

Empezaba la segunda fase.

lunes, 12 de octubre de 2009

EL DESCONOCIDO (3)


Rofe consiguió escabullirse del profesor  Halson  y fue corriendo a hurtadillas hasta el patio trasero del instituto, se coló por el agujero de la reja y llegó junto a sus amigos. Una nueve de humo les rodeaba.
-¡Hey Rofe! Ya creíamos que no venias, ¿problemas con Halsito?
-No, le he hecho un pase de culebra jajajajaja y se ha quedado con dos palmos de narices, aún me debe andar buscando.
-Bueno siéntate y comparte esta maravilla-dijo uno- y le pasó una colilla retorcida.
-Aja, dame, dame
En realidad a Rofe no le gustaba fumar pero no podía decírselo a sus compañeros, le tomarían por mariquita y le llamarían nenaza durante todo el curso. No, no, definitivamente le gustara o no fumaría.
Una campana sonó a lo lejos.
-Eo, chicos me voy dijo Tam, me llama la cultura jeje.
-Y a mí.
Y uno por uno se fueron yendo a medida que sonaban campanas, timbres, gongs y diversos sonidos que avisaban el comienzo de las clases.
Rofe sintió alivio porque podía librarse de la asquerosa colilla, él también tendría que irse enseguida pero de momento se quedó sentado oliendo el bosque,  ese olor si le gustaba
Rofe era pelirrojo, tenía la piel muy blanca y unos labios casi femeninos, daba bastantes disgustos a sus padres porque le consideraban un rebelde y actuaba como tal aunque en el fondo sus expectativas eran de lo más normales, encontrar una buena chica, casarse, tener hijos y hacerse cargo de la panadería de su padre. Pero eso lo guardaba para sí, de cara a la galería era un rebelde, un inconformista, contaba a quien le quisiera oír que se escaparía a la gran ciudad y se convertiría en un pintor de grafitis y por ello sus amigos le admiraban y le trataban como a alguien especial, si supieran sus verdaderas intenciones le dejarían de lado y eso sería un desastre.
Sólo le quedaba un curso o sea que seguiría con esa pequeña mentira unos pocos meses y luego haría lo que realmente deseaba, aprender el oficio de su padre.
Lo que no sabía es que otra persona había decidido alterar sus planes y acortar de manera drástica su futuro.
Casi ni sintió la aguja que se clavó en su nuca, sólo noto un ligero mareo y luego nada.
El Desconocido le levanto del suelo con cuidado, miró su pálida cara y sonrió.
Había dejado la furgo muy cerca al amparo de unos grandes árboles que le ocultaban a la vista, recorrió esa corta distancia y depositó a Rofe en la parte trasera sin demasiados miramientos, no se molestó en atarlo, sabía exactamente cuánto duraría el efecto del somnífero.
Llegó a su casa en el tiempo previsto, colocó a Rofe sobre la tabla rodante y lo empujó hasta el cuartucho.
Una vez cerró firmemente la argolla a la muñeca del chico se sentó en una silla frente a él y se quedó ahí mirándole largo rato.
Cuando empezó a dar signos de querer despertarse cumplió con la última tarea que le quedaba ese día, cogió una tijeras y cortó la ropa del chico, camisa, pantalones calzoncillos, camiseta, desabrochó las deportivas y retiró los calcetines, durante los siguientes dos días le dejaría ahí solo, preguntandose qué pasaba y dejando que la ansiedad la sed y el hambre hicieran su labor.
No llevaba reloj ni ningún tipo de joya o adorno, de manera que fue fácil deshacerse del material todo fue a parar a la caldera, en muy poco tiempo todo sería ceniza.
Echó un último vistazo a su “huésped” que empezaba a rebullirse. Echó los cerrojos a la puerta y se dispuso a volver al pueblo para asistir a la misa que se hacía en recuerdo de Pipo, el pecoso desaparecido hacía quince días
Una sonrisa bailaba en su boca mientras se dirigía a la iglesia, se sentía grande, importante e inmune, mami estaría orgullosa de él.

sábado, 3 de octubre de 2009

¿SERA VERDAD?



Vaya, hola, eres la tercera persona que contacta conmigo. Por lo tanto serás mi tercer asesinato.


¿Sorpresa? Si, si, lo comprendo, tu crees que estás leyendo un cuento, un relato, una historieta, pero eso no es todo cariño mío, hackear se me da muy bien y se con total certeza quien y en que momento decide leerme.

Fíjate aún no me crees ¿verdad?, sigues creyendo que esto es una fantasía, bien no importa, al fin y al cabo tu destino está sellado; morirás. En cuanto termines de leerme. No de inmediato, no, tal vez al día siguiente o al cabo de unas horas, incluso puede ser que me divierta contigo unos cuantos días.

No vas a saber cuando ni como pero te voy a decir porqué, por una apuesta, ya ves. Mi “querida madre” me acusó de no perseverar, de no tener definidas mis prioridades y decidí demostrarle que eso era una sucia mentira, la apuesta fue ésta, yo avisaba de mi propósito de asesinar a alguien y ese alguien acababa muerto por mis manos. Debo decir que la primera persona en comprobar que esto era así fue ella, “te mataré, bruja” se lo dije y no me creyó, no sólo eso sino que se rió en mi cara, se rió como se había reído de mi desde que me parió pero esta vez no me importó porque tenía un propósito bien definido, matarla. Es curioso, en el momento en que decidí su destino dejé de odiarla, era, no sé, era como el pavo de navidad, ¿entiendes el símil?, el pavo tiene fecha de caducidad y de la misma manera en que se sacrifica al pavo cuando le llega la hora, así sacrifiqué a la bruja cuando le llegó su hora.

Pero volvamos a ti, magnífico, veo que sigues leyendo, ¡ah! Que previsibles somos los humanos. No te inquietes no sufrirás. No miento. Bueno miento un poco, tu muerte será rápida, pero hasta que llegue ese momento sí que te haré sufrir un poquito, compréndelo, no me crees, piensas incluso que esto es una paranoia mía y que no tiene ni pies no cabeza, ¡caray! de alguna manera tengo que demostrarte que voy en serio.

Voy a echarte una mano, te diré qué va a pasar. Tu leerás esto hasta el final y cuando acabes (yo lo sabré, no te olvides que te observo constantemente) te quedarás un segundo pensando ¿será verdad?, luego sacudirás la cabeza y desecharás esa idea, ese será el principio de tu fin. A partir de ahí entro yo en escena, no puedes hacer nada.


Cuando salgas de tu casa mira detrás de ti, no me verás, pero mira, cuando te traigan un certificado, tal vez sea yo o no, si conduces vigila más que nunca, si coges el metro o el tren (mis preferidos) evita los que vayan llenos a tope, en general evita las aglomeraciones. Si por el rabillo del ojo ves un destello puede ser mi cuchillo, si notas un peso en la nuca serán mis ojos fijos en ella. Puede ser un atropello, puedes caerte a las vías, o puedes encontrarte mal de golpe, ¿dónde has comido? ¿Qué has comido? ¿Puedo haberte envenenado? Si claro que si, recuerda que voy a estar detrás de ti, voy a ser tu sombra, nada va a evitar que te mate, pero vigila, me gustan los retos, y quiero que estés sobre aviso que estés en tensión, quiero que me creas. Voy a matarte y debes creerme.

El tiempo se acaba, pronto nos veremos, y recuerda estoy detrás de ti.

jueves, 1 de octubre de 2009

LA CARTA

Querido papá:
No creo deberte nada más que unas cuantas gotas de semen depositadas en la fría vagina de una madre que no conocí. Eso no puedo devolvértelo, pero si puedo devolverte parte del mal que me has hecho.

Te he amado como a nadie, has sido para mí un Dios, una doctrina, me he considerado parte indisoluble de ti y al arrancarte de mí parte de mi alma se va contigo, pero es una parte que aborrezco y que me arrepiento de haberte entregado.

Podría darte mil razones para lo que voy a hacer pero no vale la pena esperar que lo comprendas porque tú eres un amoral. Para ti no existe nada respetable, nada digno, nada que merezca ser protegido, ni amado, ni siquiera yo. Que terrible decepción, que sufrimiento insoportable fue aceptar que tampoco yo era especial para ti. Que he sido siempre el instrumento, el verdugo, el medio para conseguir un fin.

No supe hasta hace muy poco que no era habitual que un padre hiciera el amor con su hija. Siempre me has mantenido alejada del mundo y sus costumbres.

No sabes cómo me gustaría pedir perdón a toda la gente que he herido llevada de mi amor por ti. Recuerdo con gran tristeza esa familia destrozada por el dolor a causa de su hijito perdido. Siempre creí que me decías la verdad cuando me asegurabas que lo habías devuelto sano y salvo. Ahora sé que el paquete que mandé por correo siguiendo tus órdenes eran los despojos de esa criatura y total ¿para qué?, por unos cuantos miles de euros que luego dilapidaste con alguna ramera ¿o quizás pagaste los favores a algún muchacho poco escrupuloso? Porque ahora sé que lo mismo te da penetrarme a mí que penetrar la intimidad fecal de un hombre.

A ti te debo mi ceguera, a ti te debo mi pie deforme, a ti las llagas que cubren mi espalda, a ti las profundas cicatrices que se entrecruzan en mi rostro.

Ya cuando nací creíste que te había fallado, además de cargar con un recién nacido tenías que aceptar que fuera una niña. Mi madre, supongo que una pobre puta que servía a tus propósitos, tuvo la delicadeza de morirse en cuanto me parió. Si mis primeros años fueron felices es algo de lo que no tengo recuerdo ni consciencia. El primer recuerdo que tengo es tu rostro muy cerca del mío, examinando con interés mis párpados y murmurando juramentos, luego tus expertos dedos recorrieron mi cuerpo y ya entonces tus caricias me relajaron. No pasó mucho tiempo antes de que aprendiera el difícil arte de satisfacer tus deseos sexuales, utilizando para ello mis manos, mi boca, pero no mi vagina. Yo no lo sabía entonces pero mi virginidad fue conservada intacta por razones económicas. Esa fue la primera vez que la inversión que habías hecho al conservarme a tu lado empezó a dar frutos.

Conservo vivo el recuerdo de un hombre viejo, cargado de joyas, cubierto con una especie de túnica y de oscura piel, relamiendo sus gruesos labios en tanto tú le explicabas las excelencias del producto,
- Es joven pero experta, sabe cuánto hay que saber, y no hará ascos a cualquier proposición que usted le haga, ya sé que el precio es alto, pero debe tener en cuenta que es virgen y eso hoy en día vale dinero.
Luego cuando la parte comercial quedó zanjada te volviste hacia mí, en tus labios bailaba una sonrisa pero tus palabras salían escupidas entre dientes, como siempre, y tu mano como un garfio apretaba mi infantil brazo clavándose en él, como siempre.
-Niña, pórtate bien ya sabes qué pasa cuando te portas mal.
Si, lo sabía y lo temía, temía ese punto rojo, incandescente, que moría sofocado contra mi piel, temía no poder contener el alarido que pugnaba por salir de mi garganta, temía el sabor a sangre que inundaba mi boca cuando mordía mis labios luchando por no gritar, tengo los pies constelados de quemaduras de cigarrillo, si, temía portarme mal y por eso no lloré, ni supliqué y permití que ese gordo seboso me desflorara y fui para él la mejor ramera, quedó tan satisfecho que quiso comprarme. Fue grande la tentación ¿verdad? Pero al fin pensaste que el futuro no tiene precio y creíste que yo sería un futuro acomodado para ti y lo he sido papá, lo he sido.

Dejar de ser virgen resultó ser la peor desgracia de mi vida. Hasta ese momento mi existencia había transcurrido idílicamente comparada con lo que vino después. Tú te habías preocupado de que mi cuerpo no sufriera las muestras de tus “enseñanzas”, querías que la fruta tuviera un aspecto sano, sin mácula, pero una vez roto el tabú, consideraste que debías exprimirme al máximo. Empezaste por probar lo que durante los primeros cinco años de mi vida habías guardado para otro; todavía no me había repuesto del espanto cuando tuve que complacerte a ti.
-Niña repite conmigo el numerito que has hecho con el señor.
Y yo repetí y repetí y he pasado la vida repitiendo escenas y numeritos y creando para ti nuevas experiencias, solo para ti, porque luego de que me abrasaras los ojos nadie más ha vuelto a acercarse a mí, yo no conozco mi aspecto pero imagino que debe ser repulsivo a tenor de algún comentario que he oído: “mira mamá” dijo una voz infantil “parece que tenga culos en lugar de ojos”, “mami” decía otra “¿esa chica hace caca por ahí?”

Yo era bonita antes de esa noche en que, borracho, me cegaste apagando a un tiempo tus cigarrillos y la luz de mis ojos.

Llegaste gritando como un energúmeno, maldiciendo al mundo y amenazando con horribles tormentos a quien se cruzara en tu camino. ¿Por qué se me ocurriría intentar ayudarte a llegar al catre? Tú eres grande papá y yo era muy chiquita, tropecé y caí arrastrándote en la caída. ¿Sinceramente crees que el castigo fue proporcionado al pecado? Mis ojos a cambio de unas motas de polvo en tu pantalón. Ese recuerdo visual es la última imagen que registró mi cerebro, tu rostro desencajado, espumeando insultos y un punto rojo acercándose a mí. Primero fue el ojo derecho y luego con toda tranquilidad prendiste otro cigarrillo “ya verás, puerca, ya verás” mascullabas, intenté huir pero el dolor y el miedo me tenían paralizada, cogiste mi cara con esa manaza enorme y una risotada me explotó en la cara al mismo tiempo que moría, entre aullidos de dolor, mi ojo izquierdo. Sé que me abofeteaste incansable y me gritabas que me callara, por suerte la inconsciencia me tomó en sus brazos y cuando desperté varios días después lo peor ya había pasado.

El tiempo ha pasado muy despacito, papá, la vida se me ha hecho muy larga, no tengo recuerdos visuales, pero mi memoria no ha dejado de registrar cada uno de los minutos que he pasado a tu lado.

Tengo anotadas en mi cerebro las causas y el proceso de cada una de las cicatrices que cubren mi cuerpo.

Por ejemplo, me cruzaste la cara con un cuchillo porque la sopa quemaba, no creo que tu de acuerdes pero yo sí. Como siempre estabas borracho, berreabas como un camello pidiendo que sirviera la comida para ir luego a acostarte, no tuve la precaución de comprobar la temperatura de la sopa, corrí cuanto pude procurando no tropezarme con nada y te la serví. Aún estaba inclinada sobre la mesa cuando te oí rugir “Perra, me has abrasado la boca” y sin darme tiempo a reaccionar me abriste un surco desde la frente hasta la mejilla. ¿Recuerdas cual fue tu comentario papá? “bonitas piernas, si señor” y tus carcajadas golpeaban mi espalda mientras corría al baño deseando morir, deseando matarte.

Soy muy fuerte papá, tengo una salud de hierro, no has conseguido quebrantarme, los castigos físicos me han endurecido y los síquicos me han avivado. Hace ya muchos años que no preciso la vista para orientarme y las tinieblas que me rodean se convierten en luminosa clarividencia en la intimidad de mi cerebro.

Te he pagado como he podido, en mi impotencia he aprendido a devolverte alguno de los males que tú me has infligido, por ejemplo las quemaduras en las manos te las hice yo en realidad. Yo no estaba, por lo tanto no pudiste culparme y durante el tiempo que tuviste las manos vendadas no pudiste pegarme, tus patadas siempre me pasaban lejos, tengo muy bien tomadas las distancias, y los salivazos no me afectan en lo más mínimo. Fueron unas semanas muy gratas, yo debía darte la comida en la boca y tú debías cuidarte de no atizarme para evitar que la comida te cayera encima, estabas a mi disposición.

Te voy a explicar ahora cómo te quemaste las manos, habías ido al pueblo y sabía que volverías borracho como siempre, dispuse todo conociendo tus costumbres para que al lavarte las manos te quedaran impregnadas de una cantidad suficiente de gasolina. Mezclé una buena dosis de ella con el agua de la jofaina, sabía que no te enterarías de nada, el olor a alcohol que impregna habitualmente tus fosas nasales es garantía de ello, luego confié en que prenderías un cigarrillo haciendo hueco con las manos, como siempre, el resto se produjo conforme a lo previsto ¡Qué feliz me sentí cuando volví a casa! Desde la puerta oía tus aullidos mientras el doctor te curaba. Borré de mi boca el gesto de satisfacción que afluía incontrolable y entré afectando pena y sorpresa. Esa noche pude dormir en mi camastro sola y sin tener que soportar tus repugnantes deseos sexuales.

Pero a pesar de todo algo perverso debe existir en mí porque seguía queriéndote, te temía, te odiaba pero al mismo tiempo me sentía incapaz de vivir sin ti.

Fue “aquello” lo que me hizo aborrecerte, lo que me hizo verte como en realidad eres: un monstruo infrahumano.

“Aquello” tú sabes a que me refiero. “aquello” que vivía dentro de mí, “aquello” que durante cinco meses me hizo creer en un futuro soportable. No pensaba abandonarte, al fin y al cabo era parte de ti también. No me importaba que fuera anormal, casi mejor que así fuera, porque no entendería ni aceptaría una madre como yo si hubiera tenido un cerebro normal. Yo pensaba cuidarle toda la vida, dedicarme a él y a ti. Tu ya eres viejo y cada vez tus golpes tienen menos fuerza, puedo incluso atrapar tu mano en el aire y evitar que caiga sobre mí. Os hubiera cuidado a los dos. Pero tú no pudiste soportar la idea de compartirme, ni siquiera con tu propio hijo; durante varios meses pude disimular la hinchazón de mi vientre pero al cumplir el quinto mes fue evidente que estaba embarazada.

Llegaste tambaleándote, rezumando alcohol y deseando sexo “Niña apúrate, ya limpiarás luego, ven aquí no me hagas esperar”, me tumbé en el catre sin encender la luz rogando al cielo que no pasaras tu mano por mi vientre y que la borrachera y la oscuridad fueran aliadas mías. Pero los dioses nunca escuchan mis súplicas. Esa vez si fuiste astuto, taimado y me engañaste bien. Te levantaste de la cama “tengo sed” me dijiste y yo no capté nada extraño en tu voz. Cuando volviste no me diste tiempo a reaccionar, me ataste las manos y los pies con una rapidez impropia de un borracho, en esta ocasión me alegré de mi ceguera, ver tu expresión en ese momento hubiera sido una experiencia demasiado cruel. El tono de tu voz era sibilante, la ira se colaba por todos los poros de tu piel
-¿Qué putita?, creías poder engañarme ¿verdad? Dime ahora que ese bastardo es mío. Anda dímelo. Perra, perra, perra.
Y con cada uno de tus insultos caía un golpe sobre mi vientre, no sé si me dolían los puñetazos o las patadas o si me dolían los retortijones que “aquello” producía dentro de mí. Lo sentía retorcerse como intentando evitar los golpes, aún hoy creo oír su voz en mi interior suplicando mi ayuda y yo no pude hacer nada, no hice nada para detener el torrente que se escurría por mis piernas. Cuando algo caliente y resbaloso salió vaciando mis entrañas, me desmayé.

Deseé ardientemente morirme, durante semanas anduve como una muerta, no sentía tus golpes, no llegaban a mí tus insultos y maldiciones. Luego reaccioné y supe que debía castigarte, que debía borrarte de la faz de la tierra. Me ha llevado tiempo prepararlo todo, años de paciencia, años de aprendizaje de las costumbres de esos tímidos animalitos que hoy van a ser mis ojos y mi venganza.

Ellas han sido mis únicas amigas, ellas han estado conmigo, han aprendido a respetarme y a comer de mi mano y les he enseñado a odiarte, les he traspasado mi odio, les hecho oler una prenda tuya y a relacionar ese olor con el dolor, las he mantenido alejadas de ti, creciendo en número y en odio, y hoy te las voy a presentar, hoy van a hacer su entrada en sociedad, no puedes luchar contra ellas, son demasiadas, matarás una y vendrán tres a ocupar su lugar, tampoco puedes escapar, he cuidado muy bien de dejarte encerrado. Ellas pueden entrar, tú no puedes salir. No van a matarte de momento, van a pasar días hasta que tú provoques tu propio fin.

¿Oyes ya sus patitas acercándose? ¿Oyes sus chillidos? Por si aún no has caído en la cuenta te informo que estoy hablando de ratas, mis amigas, las ratas.

Adiós querido papá.