jueves, 12 de noviembre de 2009

LA VENGANZA DE LA BRUJA (1)






¿Creísteis que podrías acabar conmigo? ¡Estúpidos!
Juré que volvería. Juré que mi venganza caería sobre vosotros, lo juré por el Príncipe, por el Señor de la Noche y cumpliré mi juramento. Pagaréis muy caro. Vosotros descendientes de aquellos que me juzgaron, descendientes del maldito inquisidor que me usó en su provecho.
Para ascender y ganarse el favor del amo necesitaba un proceso sonado en el que el reo no tuviera opción al perdón y me tocó en suerte ser el espaldarazo para ese sanguinario hijo de una perra rabiosa.
Todas las mujeres de mi familia teníamos poderes, todas éramos brujas, pero sólo la más dotada de entre nosotras seguía la tradición, asumiendo las responsabilidad de ser cabeza de familia. Cuando La Madre mostró síntomas de senilidad irreversible nos reunimos en la playa encendimos una hoguera y esperamos la señal. Pasaron cerca de tres horas en las cuales comimos, bebimos y untamos nuestros cuerpos con ungüentos especialmente elaborados para tan fausta ocasión.
Al cabo una llamarada en la mortecina hoguera nos anunció su llegada. Él estaba entre nosotras. Una de entre todas sería su esposa desde esa noche hasta el fin del tiempo. Entonamos el cántico ritual y nos tendimos desnudas en la arena, sentía su frescura en mi espalda y la tibieza del fuego calentando mi vientre, la piel se me erizaba y el vello cosquilleaba en mi pubis.
Deseaba ardientemente ser la escogida por él. Seguía sonando la hipnótica letanía cuando el tiempo se inmovilizó. El mar detuvo su mareo. La luna fijó su luz sobre mí y la dicha suprema alcanzó mi alma.
Él, mi Amo, mi Señor, el Maldecido, Él con su hermoso rostro cabruno, son sus poderosas pezuñas, con su ardiente aliento vino a mí. Era como lo había imaginado. Una febril vibración recorría su cuerpo, el negro pelaje que cubría sus poderosas patas relampagueaba al reflejo de la hoguera. Diminutas bestezuelas danzaban a su alrededor, alegrándose de ser espectadoras privilegiadas de la ceremonia ritual y milenaria.
Hundiéndose en la suave arena se acercó a mí, ¡Oh placer de los placeres! Los planetas estallaron en mi cerebro, el mar bañó mis entrañas, el fuego consumió mi sangre, un torrente alborotado reventó mi corazón que saltó hecho añicos desparramándose y el universo se fundió conmigo. Yo era la elegida.
Una vez satisfecho su poderoso deseo se separó de mí, yo quería seguir con Él, sentir el peso de su cuerpo sobre el mío y le así con fuerza atrayéndole, ofreciéndome a Él, se revolvió y vi aterrorizada que había aferrado uno de sus retorcidos cuernos en mi alocado abrazo. Me miró severamente con esos ojos sorprendentemente amarillos y por primera vez oí su voz retumbando en mi interior
-YO SOY TU AMO, TU DUEÑO Y SEÑOR, YO VENDRÉ A TI CUANDO TU CARNE ME APETEZCA, NO INTENTES FORZARME A ACUDIR A TU LADO, SÓLO YO TE POSEERÉ Y ÉSTA SERÁ MI MARCA, LA SEÑAL DE QUE ME PERTENECES.
Su rugosa lengua recorrió mi cuerpo desde el pubis hasta la garganta dejándome un sendero de quemadura, dolor y vida.
Luego todo se movió de nuevo, el tiempo arrancó minutos a los minutos como queriendo recuperarse de su pérdida, el mar se enfurruñó y lanzó sus olas presurosas y la luna, sabia, lista y distante escondió su espectral contorno tras una solitaria nube.
La noche empezaba a recoger sus negras sábanas y por el horizonte el sol empujaba las últimas sombras de manera que recogimos nuestras ropas y regresamos al pueblo. Las mujeres de mi familia caminaban dos pasos detrás de mí, todas sabían que yo era Madre, La Madre. El surco que Él había tatuado en mí no dejaba lugar a dudas.
Desde ése día tuve una vivienda aparte, algo distante de las otras pero equidistante por igual de todas ellas.
En aquellos días no había demasiados conflictos y mi vida transcurría monótona y plácida, sólo cuando Él acudía a mí se rompía esa placidez y como aquella noche en la playa me sentía única y universal a la vez.
Hacía cinco años que era Madre cuando la llegada del nuevo gobernador rompió el equilibrio y las aguas ponzoñosas inundaron nuestras vidas.
Un escándalo en su anterior destino le había traído a nuestra humilde aldea. Al parecer las cuentas del Condado no habían quedado claras al final del ejercicio y el Conde propietario de aquellas tierras le arrojó de sus posesiones, prefiriendo ese castigo para el infractor antes que acudir a la ley y poner así en evidencia al ladrón y caminar también él por la fina línea que separa la ley de la trampa.
Llegó pues el gobernador con el propósito de pagar cuanto antes sus culpas y ascender de nuevo al puesto que según él le correspondía.
Empezó por subir la recaudación a los campesinos. Que hasta entonces eran 2 corderos, pues serían 3, que 2 arrobas de cereal, pues 4, que hacía años que no se exigía la pernada, pues ¡Ala! A reparar el entuerto, ¡mocitas, solteras, casadas, vírgenes y putas, arremangaos los faldones que ha llegado el gobernador y trae mucha rabia, mucho odio que volcar! ¡Alegraos hombres de la comarca que el muy respetable señor gobernador va a hacer crecer vuestra prole, felicitaos porque vuestra hambre va a aumentar al ritmo de los impuestos!, ¡alegraos y felicitaos todos, habitantes del villorrio ya que a partir de hoy éste va a ser un pueblo de putas, cabrones y bastardos!







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